Fantasías, el placer de lo imposible

23 de Enero del 2015

Hay demasiadas fantasías en torno a las fantasías. Una de las más difundidas es que ocultan profundos deseos que necesitamos hacer realidad para sentirnos plenamente satisfechas. No es de extrañar, por lo tanto, que nos dé miedo dejarnos llevar por ellas no sea que acabemos descubriendo cosas de nosotras mismas que preferimos no conocer.

Pero la realidad no es así: las fantasías no expresan deseos reprimidos, sino que son una de las muchas maneras que el erotismo pone a nuestra disposición para que nos divirtamos. Igual que en otros terrenos disfrutamos haciendo cosas variadas (a veces nos apetece leer, otras pasear, charlar con los amigos o subir una montaña…) en los asuntos amorosos llegamos al placer por diversos caminos. Imaginar es uno de ellos… bastante importante, por cierto.

Porque la fantasía no es “un consuelo”, un mero sustituto de la realidad. No es el telonero del concierto sino que tiene valor en sí misma: nos excita. Y esa capacidad para excitarnos es su gran virtud. Que imagines algo solo significa que te resulta excitante imaginar eso, pero no necesariamente que lo harías de verdad. Y es que la imaginación tiene algo que la realidad no posee: que las cosas pasan exactamente como tú quieres. Es justamente esa falta de límites y esa riqueza de posibilidades lo que hace que fantasear sea tan emocionante.

Existe, además, otra idea errónea: que hay que compartir las fantasías, puesto que somos más “liberados sexualmente” cuanto más hablamos de nuestras intimidades. Sin embargo, no demos por hecho que esto es así para todo el mundo. Hay quien se siente muy cómodo contando a otros lo que imagina en la cama, pero los hay que prefieren guardárselo. ¿Es mejor una forma de hacer las cosas que la otra? Lo cierto es que no. Por un lado, porque en las artes de Venus la singularidad es la clave de la satisfacción, y nadie llega al placer a la fuerza. Por otro, porque no es obligatorio “estar liberado sexualmente”. Uno puede encontrarse tan a gusto con su grado de liberación, sea del grado que sea, y nadie tiene derecho a decirle cómo debe sentirse con respecto a eso. ¿Por qué hemos de eliminar las restricciones de nuestra vida erótica si nos resultan tan familiares que nos hacen sentir bien?

Es decir, si las fantasías nos proporcionan enormes cantidades de diversión sin hacer daño a nadie, ¿qué razón hay para eliminarlas de nuestra amatoria o censurarlas? ¿Y para decir cómo debemos usarlas? Simplemente, cultivémoslas a placer.

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