Comer sin culpa

12 de Enero del 2023
Existe una relación con la comida que es un espiral pernicioso y nada saludable, que afecta a muchas mujeres en la menopausia.

Genera una culpa inmensa y pone de manifiesto el poco conocimiento que tenemos de nuestra propia biología, enredada en el tabú que envuelve a la menopausia, así como la falta de educación nutricional que recibimos en general, la facilidad con la que accedemos a alimentos de rápido consumo como son los ultraprocesados y como no, con el sesgo de niveles de renta que impiden a muchas familias comer productos esenciales para una alimentación equilibrada y variada con productos frescos de calidad, así como los ritmos de vida frenéticos que nos llevan a olvidarnos de nuestras necesidades biológicas más primarias.

En un espiral lleno de agobios en forma de premio, recompensa, atracón y posterior restricción está inmersa Susana sin ser consciente de ello. Ella es una mente brillante, en el pico de su carrera profesional, líder como muchas, mamá gallina y cuidadora de sus mayores que corre a todas partes y durmiendo menos horas de las que su cuerpo necesita para repararse.

Y en esa locura del hacer y hacer y no parar sin fin, Susana come poco y a pesar de ello, ha ido ganando unos 2 kilos por año desde que cumplió los 45 y ahora que ya tiene 50 y ya ha vaciado los armarios de copas menstruales, compresas y tampones (ella, de la vieja escuela menstrual), no sabe qué está haciendo mal… Se emborracha de información en redes sociales, ha llenado su despensa de semillas que olvida incluir en sus planes de ensaladas, desordena los horarios de sus comidas porque claro, siempre tiene alguna reunión que se alarga, una llamada del colegio de los niños o un progenitor a quien debe acompañar al médico a mediodía… Y lo del tupper, pues para la semana que viene será.

Total, como ha leído, ya no sabe dónde, que lo del ayuno es saludable, pues piensa que algo está haciendo bien con la comida y se dice a si misma: “toma, culpa -10 puntos, Susana +10”.

Hasta que llega a casa, prepara las cenas, los baños, los cuentos, supervisa los deberes, acuesta a los polluelos y respira al final del día abriendo una cerveza, o una copa de vino, mientras se instala cómodamente picoteando los restos de las cenas de los niños, que le resultan una recompensa insuficiente y con el “yo me lo he ganado” en vez de con el “tengo hambre, voy a comer comida servida y ordenada en un plato”, no se da cuenta de que lleva picoteando durante unas 3 horas.

De hecho, si le preguntaras a las 11h de la noche qué es lo que ha cenado, te respondería:

-    Nada, cuatro sobras de los niños y unos pistachos. ¿Los pistachos son buenos, verdad, Carla? He leído que tienen triptófano y que eso ayuda a dormir… Mañana no desayunaré, haré ayuno intermitente y ya si eso, me comeré una ensalada en el despacho.

Ella se lo guisa y ella se lo come. Quitándose minucias de culpa arraigada en una cultura pesocentrista.

He decidido proponerle un plan nutricional a Susana y he sudado la gota gorda para prepararle unas propuestas de desayunos, comidas y cenas que aseguren una mínima adherencia, una continuidad, vamos que logre convertirlos en hábitos nutricionales más allá de las modas y de acuerdo a sus horarios locos. 

Primeramente, le he explicado de una forma muy sintetizada que hay una relación de cambios hormonales que hacen que la sensación de saciedad se vea alterada y que el gasto energético en reposo disminuye en la menopausia, cosa que ha comprendido: “culpa -30 puntos, Susana +500”.

Resumidamente, algunas de mis propuestas nutricionales para Susana han sido las siguientes:

  1. Disfruta de la comida
  2. Desayuna en casa antes de salir e incluye proteínas y grasas de calidad: huevos, anchoas, boquerones, hummus, aguacate, frutos secos y si te animas, alguna hoja verde. Empezarás el día con más energía, más saciada y cuando llegues a casa, los antojos serán cada vez menos intensos.
  3. Come tus queridos pistachos, Susana, llévate al trabajo los que te quepan en un puño. Estoy segura que entre reuniones, te los podrás comer.
  4.  Siéntate a comer y descubre que las verduras, el pescado y las semillas pueden convivir perfectamente en modo ensalada. ¡Hay vida más allá de la lechuga!
  5. No te saltes las comidas. Come. Es tu gasolina.
  6. Una cena temprana, sentada a la mesa, con tus hijos y con tu propio plato (que no con las sobras que dejan ellos, más lo que arrasas en la despensa). Incluye verdura y pescado, preparaciones que sean divertidas y que incluyan varios alimentos de colores puede ayudarte mucho. 
  7.  Ejercítate a diario
  8. Bebe agua
  9. Duerme más horas, entre 7-9h es lo recomendable. La falta de sueño te generará más apetito y también te provocará más antojos.

Y, por último, te aconsejo que elimines de tu despensa y también del cajón de tu oficina todos aquellos snacks tipo galletas, patatas chips, chocolatinas y demás productos cargados de azúcar, sales añadidas y grasas trans. Aunque oye, si algún día, esporádicamente, te apetecen, sal y cómpralos, instálate y cómetelos conscientemente y con el placer de saber que los nutrientes que necesitas para hacer frente a tu ritmo de vida frenético, ya están cubiertos, empezando por el desayuno y terminando la cena bien saciada, contenta y con buena energía. Y sin culpa, pues esta es una energía que vibra muy abajo y que, definitivamente, no nos conviene a ninguna.

¡Vas a reventar el marcador a tu favor!
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