Llevo unas semanas escapándome a un lugar secreto. No se lo he contado a nadie, porque quiero que siga siendo mi lugar para dejar la mente en blanco y no me gustaría que se convirtiera en un punto de encuentro para otras actividades sociales de tarde/noche que, sinceramente, cada vez me interesan menos.
Parece que no es tan raro esto que me ha dado por hacer, pues me contaba mi vecina Eugenia que, de vez en cuando se retira durante varios días a un convento de monjas en medio de la ciudad y no precisamente para rezar. Parece mentira, pero se ve que el lugar es un oasis de silencio en medio del bullicio, con huerto, comida casera preparada por las monjas, fuentes, jardines y sobre todo calma, mucha calma…
Eugenia es de las que nunca para, ni físicamente ni mentalmente. Vive sin pausa, pues lleva años sembrando en un negocio que comenzó como una distracción y que ha logrado llevar a otro nivel, de modo que está consiguiendo cosas que siempre soñó y estas se le están comiendo demasiadas parcelas de su vida.
Piensa que es posible llegar a un equilibrio entre emprender con visión de empresaria y mantener una vida armoniosa y sosegada y se esfuerza por conseguirlo, pues se ha dado cuenta de que tal y como está ahora, nada va a ser sostenible.
Se ha ido descuidando sin darse cuenta y en menos de tres años ha aumentado de peso considerablemente, ni siquiera sabe cuándo fue su última regla, le cuesta dormir, se desvela a las 4 de la madrugada y tiene taquicardias. Dice que fue a su médico de cabecera para comentarle esto de las taquicardias, lo del aumento de peso, el insomnio y también sobre la ansiedad que le coge, como venida de la nada, pero de muy adentro. El médico le recetó ansiolíticos y ella no ha querido tomárselos, aunque me confiesa que siempre los tiene a mano por si le da un nosequé.
Dice Eugenia que retirarse con las monjas le va mejor que las pastillas y le ha cogido el gusto al silencio y a la austeridad de la celda donde duerme. Ella no reza, de hecho, es atea y la educaron en un colegio laico, pero claramente sabe valorar las cosas únicas. Y ya me dirás tú si no es singular un remanso de paz en medio de una ciudad de 3 millones de habitantes, con un mega huerto urbano, jardines por donde pasear oyendo cantos y rezos de fondo…
A veces se instala allí un par de días y no habla con nadie, le gusta más que ir al spa, fíjate tú qué cosas.
Yo creo que lo que le pasa a Eugenia es que entra en un estado meditativo nada más cruzar la puerta del convento ese al que va y que nadie sabe dónde está ni cómo lo descubrió.
Leí un artículo hace poco que decía que la meditación es equivalente a la medicación más recetada para la ansiedad, que esta reduce el estrés, es antidepresiva y que es una terapia en si misma tan efectiva como los ansiolíticos. Estaría muy bien que los médicos la recetaran de antemano para los trastornos de ansiedad y/o depresión, animando a las personas a practicar con este método que tanto ayuda a no dejarse abrumar por la cotidianeidad y los pensamientos.
Mi lugar secreto no está en un convento, pero sí en medio de la ciudad, no tiene jardines ni huertos, ni me escapo varios días, pero sí cada día durante por lo menos 1 hora. Allí es donde respiro, apaciguo la mente y descanso. Suelo andar hasta a mi lugar secreto, así exploro mi cuerpo, lo muevo antes de meditar.
Y después de meditar, vuelvo andando a casa, más ligera que nunca, sin ruidos, con paz y sosiego. Y esto, queridas, es de un valor incalculable.